- Reconocer que ser cristiano implica seguir a Jesús con una vida moral recta.
- Comprender el sentido del texto de las bienaventuranzas.
- Conocer las normas que deben seguir siempre la conciencia.
- Descubrir y memorizar las virtudes teologales: fe, Esperanza y caridad.
El fundamento de la dignidad y del respeto que se le debe a toda persona es que ha sido creada a imagen de Dios. Así mismo, la libertad es un signo precioso de esta imagen de Dios en el hombre. También nuestro deseo de ser felices, de vivir plenamente y para siempre. Dios es el garante de nuestra libertad, de todo lo bueno y auténtico que puede colmar nuestro deseo de felicidad. Él es la felicidad de la humanidad y la salvación del mundo. Dios nos ha dado la libertad para que le busquemos y por amor nos unamos a Él. No se impone, quiere que libremente entremos en relación de vida y amor con Él. El ser humano tiene que elegir entre el camino que lleva a la amistad o al rechazo de Dios. Es responsable de sus decisiones, pero Dios nunca le abandona. ¿Y cómo lo hace? Le habla a través de la conciencia y las normas para vivir.
La conciencia es la capacidad de reconocer la verdad y someterse a ella, que se muestra cuando la buscamos de corazón. La podemos comparar a una pequeña ventana por la que pasa la luz de Dios y que lleva a distinguir el bien del mal, lo justo de lo injusto. La Conciencia recta y veraz se forma con la educación, con la asimilación de la Palabra de Dios y con la enseñanza de la Iglesia. El amor brota de un corazón limpio, de una buena conciencia y de una fe sincera. (1 Tim 1, 5).
Cantamos "Tener los mismos sentimientos y actitudes del Señor"
Dios ha inscrito en el corazón de la persona la inclinación al bien y el rechazo al mal. Es una ley grabada por Dios en la naturaleza del ser humano y que la conciencia reconoce. La historia de la humanidad es testigo de normas y leyes por las que los hombres han buscado proteger o desarrollar la vida humana, como no matar, no engañar...
Dios entregó a Israel por medio de Moisés los 10 Mandamientos o Decálogo y Jesús los interpretó con su autoridad de Mesías y de Hijo de Dios, enseñándonos el doble mandamiento del amor:
AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS Y AL PRÓJIMO COMO A UNO MISMO.
Esta Ley nueva consiste en seguir a Jesucristo, aceptar que Él mismo es el Evangelio y, por tanto, amar como Él nos amó; este es el Mandamiento nuevo. Es un camino que solo podemos recorrer con la ayuda del Espíritu Santo, que actúa en nuestro interior con su luz y su fuerza.
Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús (Flp 2, 5). Quien responde a esta recomendación de Pablo vive la alegría de la verdadera felicidad, que Jesús proclamó en las bienaventuranzas. Él no quita nada de lo que hay de bueno y hermoso en nosotros, sino que nos hace crecer y nos lleva a la perfección para la gloria de Dios y la vida de los hombres. Con Él aprendemos el arte de vivir y de ser felices.
LA FE, LA ESPERANZA, EL AMOR. LA MÁS GRANDE ES EL AMOR
Ser y vivir como hijos de dios, seguir el camino de Jesús no es posible sin la acción del Espíritu Santo. Él nos transforma y nos da las virtudes que nos vinculan a Dios y nos permiten vivir su Ley con generosidad, alegría y libertad. Son las Virtudes Teologales: fe, esperanza y caridad.
Por la FE creemos en Dios y creemos todo lo que Él nos ha revelado y que la Iglesia nos propone como objeto de fe.
Por la ESPERANZA deseamos y esperamos de Dios, con firme confianza, la vida eterna y las gracias para merecerla.
Por la CARIDAD, amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. Es el vínculo de la unidad perfecta (Col3,14) y es superior a todas las virtudes y la primera de ellas.
LAS BIENAVENTURANZAS, LA AUTÉNTICA VIDA CRISTIANA
Al ver Jesús al gentío, subió al monte, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros» (Mt 5, 1-12).
Cristo señala a sus discípulos el camino para ser plenamente felices: las Bienaventuranzas. Están en el centro de la predicación del Reino de Dios; recogen y perfeccionan las promesas y la ley divina. Dibujan el rostro mismo de Jesús y trazan la auténtica vida cristiana, desvelando al ser humano el fin último de sus actos: la bienaventuranza eterna, la vida eterna.
SEGUIMOS A CRISTO CON TODO NUESTRO SER
Revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios. (Ef 4, 24).
Las pasiones son los sentimientos y emociones que acompañan nuestro obrar; el amor y el odio, el deseo y el temor, la alegría , la tristeza, la cólera..., nos inclinan a actuar o a no actuar, en vista de lo que percibimos como bueno o como malo. La pasión fundamental es el amor. La persona humana siempre ama el bien y aborrece el mal, o lo que considera como tal.
Las virtudes nos permiten no solo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de nosotros mismos. La virtud es una disposición interior, estable y positiva, para hacer el bien. Así, la obediencia, la alegría, la sinceridad..., son virtudes que, si las practicamos, nos ayudan a obedecer, a estar alegres, a decir la verdad. El camino hacia Dios, Él mismo con su gracia, nos transforma interiormente, nos hace parecidos a Jesucristo, fortalece las virtudes humanas y, además, nos regala las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Son fundamento de nuestra personalidad cristiana.
LA ORACIÓN ILUMINA NUESTRA CONCIENCIA
Para escuchar la voz de la conciencia necesitamos hacer silencio y orar. Con la ayuda del Espíritu Santo podemos examinar nuestra conciencia y conocer nuestro corazón, lugares de decisión y de verdad, donde elegimos entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte. Con su luz comprendemos mejor algunas reglas que han de guiar nuestro actuar en conciencia:
No está permitido hacer el mal para obtener un bien.
La regla de oro: Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella (Mt 7, 12).
La caridad supone siempre el respeto al prójimo y a su conciencia, aunque esto no significa aceptar como bueno lo que objetivamente es malo.
Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tu en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará (Mt 6, 5-6).
San León Magno, papa y doctor de la Iglesia, presenta las Bienaventuranzas como el camino que nos conduce a ser auténticamente imagen de Dios.
El Creador quiere verse reflejado en su criatura.
Dios quiere ver reproducida su imagen
en el espejo del corazón humano.
¿Cómo seguir a Jesús?
Seguimos a Jesús siguiendo la voluntad de Dios, manifestada en los 10 Mandamientos, tal y como los vivió y nos los enseñó Jesús y nos ha transmitido la Iglesia.
ACTIVIDADES:
1. Para ver cuanto sabes del tema realiza el cuestionario aquí.
2. Aprende y colorea !Las Bienaventuranzas" (Mateo 5, 2-12).
"Jesús comenzó a enseñarles, diciendo:
Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo." (Tomado de la Biblia “El Libro del Pueblo de Dios”).
- Asimilar que el encuentro personal con Cristo es el encuentro clave para anunciarle.
- Conocer el significado del acontecimiento de Pentecostés y ubicar su celebración en el año litúrgico.
- Valorar el aliento del Espíritu Santo en nuestra oración.
El día de la muerte de Esteban, el primer mártir cristiano, se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Los discípulos se dispersaron por los territorios de Judea y Samaria. Los que escapaban, al ir de un lugar a otro, difundían el Evangelio. Pablo de Tarso, joven judío que había asistido al martirio de Esteban, destacaba por la tenacidad con que perseguía a la Iglesia.
Un día, se dirigía a Damasco para encarcelar a los cristianos y, de improviso, una luz lo envolvió con su resplandor: Caímos todos nosotros por tierra y yo oí una voz que me decía en hebreo: "Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?". Yo dije: "¿Quién eres, Señor?". Y el Señor respondió: "yo soy Jesús, a quien tu persigues. Pero levántate y ponte en pie, pues me he aparecido a ti precisamente para elegirte como servidor y testigo tanto de las cosas que de mi has visto, como de las que te manifestaré" (Hch 26, 14-16).
Había en Damasco un discípulo que se llamaba Ananías y allí bautizó a Pablo. Tras unos días en compañía de los discípulos de esta ciudad, Pablo empezó a anunciar en las sinagogas que Jesús era el Hijo de Dios. Los oyentes quedaban admirados y comentaban: ¿No es este el que hacía estragos en Jerusalén con los que invocaban ese nombre? Y, ¿No había venido aquí precisamente para llevárselos encadenados a los sumos sacerdotes? (Hch 29, 21).
Entonces Pablo se fue de Damasco a Jerusalén. Todos le tenían miedo, porque no se fiaban que fuera discípulo de Jesús. Fue presentado a los Apóstoles y él les contó que había visto al Señor en el camino, lo que había dicho, y que en Damasco había proclamado con valentía el nombre de Jesús.
Tras su encuentro con Cristo resucitado, Pablo cambió. Ya no podía seguir viviendo como antes; desde entonces fue consciente de que el Señor le había dado el encargo de anunciar el Evangelio en calidad de apóstol.
Los Hechos de los Apóstoles nos relatan sus viajes misioneros. Iniciando la Iglesia por todo el Mediterráneo, Pablo se dedicó a la proclamación de la Palabra sin ahorrar energías y afrontando duras pruebas hasta su martirio en Roma. En su Carta a los Romanos da noticia de sus Proyectos de viajar incluso a España para anunciar el Evangelio (Rom 15, 24). El compromiso de Pablo solo se explica desde su fascinación por Cristo y su convicción de que la Buena Noticia debe ser anunciada hasta el confín de la tierra.
LAS 13 CARTAS DE SAN PABLO
Para comunicarse con las distintas comunidades cristianas que S. Pablo había fundado, les escribe cartas. En estas cartas, también llamadas epístolas, se refleja el testimonio de la vida y personalidad del Apóstol, su intensa actividad misionera, su pensamiento y la gran influencia que tuvo en las primeras décadas del cristianismo.
La biblia incluye 13 cartas que se relacionan de forma directa con el Apóstol San Pablo. Este conjunto literario es el más amplio de los atribuidos por el Nuevo Testamento a un mismo autor.
Hay un primer grupo de cartas que habría sido escrito por el Apóstol con la ayuda de algún secretario. Este grupo lo forman:
1 Tesalonicenses, el escrito más antiguo del Nuevo Testamento y de la literatura cristiana en general.
1 y 2 Corintios
Filipenses
Gálatas
Romanos
y la carta a Filemón.
Un segundo grupo de epístolas fue compuesto años más tarde y con una intervención mayor de algún discípulo de Pablo. Pertenecen a este grupo:
Colosenses
Efesios
Pastorales:
1 y 2 Timoteo
Tito
4.2 Tesalonicenses
LAS PROMESAS DE DIOS SE HAN CUMPLIDO
El centro de la predicación y los escritos de S. Pablo es Jesucristo, su ministerio y su mensaje.
Pablo proclama que Jesús es el Hijo de Dios enviado al mundo en la plenitud de los tiempos, nacido de la Virgen María, descendiente de Abrahán y de David, y por eso mismo, el Cristo, el Mesías de Israel.
Pablo anuncia además que Cristo murió por nuestros pecados, que resucitó de entre los muertos; en Cristo, Dios ha ofrecido la Salvación al mundo, cumpliendo definitivamente sus promesas.
El Hijo de Dios, Jesucristo,
que fue anunciado entre vosotros por mi,
por Silvano y por Timoteo,
no fue "sí" y "no", sino que en Él solo hubo "Sí".
Pues todas las promesas de Dios han alcanzado su "sí" en Él
(2cor1, 19-20).
SOLO SOMOS CRISTIANOS SI NOS ENCONTRAMOS CON CRISTO
"La conversión ensanchó el corazón de Pablo y lo abrió a todos. En ese momento no perdió cuanto había de bueno y de verdadero en su vida, en su herencia, sino que comprendió de forma nueva la sabiduría, la verdad, la profundidad de la Ley y de los Profetas, se apropió de ellos de modo nuevo. Al mismo tiempo, su razón se abrió a la sabiduría de los paganos. Al abrirse a Cristo con todo su corazón, se hizo capaz de hacerse todo a todos. Así realmente podía ser el Apóstol de los gentiles.
En relación con nuestra vida, podemos preguntarnos: ¿Qué quiere decir esto para nosotros? Quiere decir que tampoco para nosotros el cristianismo es una filosofía nueva o una nueva moral. Solo somos cristianos si nos encontramos con Cristo.
Ciertamente no se nos muestra de esa forma irresistible, luminosa, como hizo con San Pablo para convertirlo en Apóstol de todas las gentes. Pero también nosotros podemos encontrarnos con Cristo en la lectura de la Sagrada Escritura, en la Oración, en la vida litúrgica de la Iglesia. Podemos tocar el corazón de Cristo y sentir que Él toca el nuestro. Solo en esta relación personal con Cristo, solo en ese encuentro con el Resucitado, nos convertimos realmente en cristianos" (Benedicto XVI Audiencia General 03/09/2008).
ORAR CON SAN PABLO
En sus cartas, San Pablo nos ofrece una gran riqueza de formas de oración que van de la acción de gracias a la bendición, de la alabanza a la petición y a la intercesión, del himno a la súplica.
Esta gran variedad demuestra que la oración tiene que ver con todas las situaciones de la vida, tanto las personales como las de las comunidades cristianas a las que pertenecemos.
El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad,
pues nosotros no sabemos pedir como conviene;
pero el Espíritu mismo intercede por nosotros.
(Rom 8, 26).
La oración es ante todo un don, fruto de la presencia viva de Dios en nosotros. Queremos orar, pero a veces Dios parece lejano y nos es difícil encontrar las palabras para hablar con Él.
Debemos abrir nuestro corazón y poner nuestro tiempo a disposición de Dios, esperar que Él nos ayude a entrar en un verdadero diálogo. El Espíritu Santo nos hará comprender y expresar lo que queremos decir.
PABLO DA GRACIAS A DIOS POR LOS NUEVOS CRISTIANOS
Doy gracias a Dios por vosotros, por la Gracia de Dios que se os ha dado en Cristo Jesús; pues en Él habéis sido enriquecidos en todo; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo, de modo que no carecéis de ningún don gratuito, mientras aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final. Fiel es Dios. Os llamó a la Comunión con su Hijo.
(cf 1 Cor 1, 4-9).
SAN JUAN CRISÓSTOMO en el Siglo IV.
obispo de Constantinopla y Padre de la Iglesia,
alaba la predicación del Apóstol San Pablo y siguiendo su ejemplo, nos invita a ser ante el mundo testigos de la Verdad.
¿Qué es la Gracia?
La Gracia es la participación en la vida de Dios.
Es la ayuda que Dios nos da para responder a su llamada.
ACTIVIDADES:
1. Realiza el cuestionario para ver cuanto sabes del tema aquí.
- Descubrir que Dios Uno y Trino es el centro de la fe y de la vida cristiana.
- Saber recitar el credo para entrar en comunión con Dios y con los hermanos.
- Interiorizar que ser cristiano es confiar la propia vida a Dios y renunciar a servir a los ídolos.
- Rezar siempre en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
El credo que profesamos también llamado símbolo de la fe, y que hemos ido descubriendo en el catecismo, resume la historia de la Alianza de Dios con los hombres, expresa lo que Dios ha dicho y ha hecho para revelarnos quién es él: el Dios único y trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El misterio de la Santísima Trinidad es el Centro de la FE de la Vida Cristiana.Jesús, el Hijo de Dios, es quien nos ha revelado este misterio: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios. No podemos decir que los cristianos creamos en tres dioses, sino en un único y mismo Dios que subsiste en tres personas realmente distintas: Dios es Padre, Dios es Hijo y Dios es Espíritu Santo.
DIOS PADRE
Dios todopoderoso es el único Dios vivo y verdadero que existe desde siempre y vive para siempre. Es bueno y la fuente de la vida. Creó el mundo, al hombre y a la mujer, pero se apartaron de Él. Dios no los abandonó al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendió la mano a todos, para que le encuentre el que le busca. Reiteró su alabanza a los hombres; por los profetas los fue llevando con la esperanza de salvación. Dios nos ama con mayor ternura que una madre a su hijo y lo demuestra enviando a su Hijo unigénito al mundo para salvarnos.
JESÚS, EL HIJO DE DIOS
Dios amó tanto al mundo que, al cumplirse la plenitud de los tiempos, nos envió como Salvador a su único Hijo, el cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María, la Virgen, y así compartió en todo nuestra condición humana menos en el pecado;; anunció la Salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo. Y para cumplir sus designios, Él mismo se entregó a la muerte, y, resucitando, la destruyó y nos dio nueva vida.
EL ESPÍRITU SANTO
Y porque no vivamos ya para nosotros mismos, sino para Él, que por nosotros murió y resucitó, Jesús envió al Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a la plenitud su obra en el mundo. El Espíritu Santo es Dios, como el Padre y el Hijo. Él da vida a la Iglesia y la hace Santa, nos hace comprender lo que Jesús dijo, nos da fuerza para seguirlo, continuar su obra y confiar en Dios Padre.
EL CREDO DE LOS CRISTIANOS
El credo que hemos ido descubriendo en el catecismo hace que profesemos nuestra fe en Dios Padre, a quien agradecemos lo que somos y tenemos; en su Hijo Jesucristo, que nos trajo su Salvación; y en el Espíritu Santo, que habita en la Iglesia y en cada uno de nosotros y nos encamina hacia la vida eterna.
Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia que profesamos en nuestro Bautismo, que renovamos en La Vigilia Pascual y cuando celebramos la Eucaristía.
En el credo la Iglesia nos trasmite el misterio de Dios que es amor y que ha querido hacerse familiar y cercano a los hombres. Con todo, Dios es siempre más grande que lo que los seres humanos podemos conocer y decir:
¿Qué abismo de riqueza, de sabiduría
y de conocimiento el de Dios!
¡Qué insondables sus decisiones
y qué irrastreables sus caminos!
Porque de Él, por Él y para Él
existe todo.
A Él la gloria por los siglos. Amén.
CREER EN LA SANTÍSIMA TRINIDAD CENTRA NUESTRA VIDA
Creer en Dios Padre todopoderoso es afirmar que Dios es el Principio de todo, el autor de la Creación. Eso me lleva a colaborar con Él para mejorar el mundo, conservándolo, y transformándolo de modo que todo lo que hay en él esté al servicio de la humanidad, hoy y en el futuro.
Creer en Dios Hijo es afirmar que Él es la manifestación plena de Dios a la humanidad, por quien hemos sido redimidos. Seguirlo me lleva a intentar vivir como Él vivió, sabiéndome hijo/a de Dios, estando al servicio de los más débiles y compartiendo con ellos los bienes que he recibido.
Creer en el Espíritu Santo es el amor del Padre y del Hijo, que confirma y sella el amor y la Comunión entre todos los hombres y mujeres, me lleva a trabajar por la unión entre todos en mi casa, en la escuela, en la sociedad.
EN LA LITURGIA CELEBRAMOS NUESTRA FE EN LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Nuestra vida como cristianos comienza cuando somos bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Cada vez que trazamos sobre nosotros la Señal de la Cruz, recordamos el bautismo que recibimos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Siempre que participamos en la oración comunitaria de la Iglesia profesamos nuestra fe en la Trinidad y dirigimos nuestra oración al Padre, por nuestro Señor Jesucristo, en la unidad del Espíritu Santo.
En la celebración de la Eucaristía, que es la cumbre de toda la oración de la Iglesia, se tributa a Dios la mayor alabanza, al aclamar:
Para saber y aprender más sobre el E. S. te recomendamos las encíclicas Dominum et Vivificantem (San Juan Pablo II) y Divinum Illud Munus (León XIII), que tratan sobre la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. También te sugerimos que leas el Decenario que compuso Francisca Javiera del Valle.
- Descubrir que, más allá de la muerte, Cristo nos invita a la vida eterna.
- Conocer que en el cielo estaremos unidos a Dios y gozaremos de una felicidad sin fin junto con nuestros hermanos.
- Profundizar y avivar la esperanza cristiana.
- Reconocer que el tiempo presente debe ser vivido en espera y vigilancia.
El Credo que la iglesia profesa se abre con la profesión de fe en Dios y se cierra con la proclamación de de la esperanza: "creo en la resurrección de la carne y la vida eterna". Dios nos ha creado para conocerlo y amarlo, para hacer el bien según su voluntad y para ir un día al cielo. Para que podamos entrar en comunión de vida y amor con Él, nos ha enviado a su Hijo que nos ha liberado del pecado, nos ha salvado de todo mal y nos conduce a la vida eterna.
Por la FE y el BAUTISMO estamos unidos al Señor, muerto y resucitado, y esperamos seguir unidos a Él después de la muerte, en la RESURRECCIÓN. Así la muerte no tiene la última palabra sobre nuestra vida. El que vive en Cristo no muere para siempre, sino para resucitar a una vida nueva y eterna, que ya ha iniciado Jesucristo con su Muerte y Resurrección.
Creemos que hay una patria futura para todos nosotros, la Casa del Padre, a la que llamamos cielo y de la que nos habla la Sagrada Escritura con parábolas y símbolos como la fiesta de las bodas, la luz y la vida. Esto sobrepasa la posibilidad de nuestro entendimiento; pero por la FE, creemos que al final de los tiempos seremos transformados a imagen de Cristo resucitado y nuestro cuerpo será semejante al suyo, con su gloria y perfección. La muerte y el dolor desaparecerán para siempre y gozaremos de la vida eterna.
La Biblia anuncia este gran acontecimiento en el que surgirán los cielos nuevos y la tierra nueva y que se llevará a cabo con con la vuelta gloriosa de Jesucristo como Juez de vivos y muertos. Él hará triunfar de forma definitiva la verdad y la justicia, y recompensará todo el bien que hayamos hecho. A este gran acontecimiento salvador lo denominamos Juicio final. El universo entero participará también de la gloria de Cristo resucitado y será liberado de la esclavitud de la corrupción. Y así el Reino de Dios, anunciado y realizado por Jesucristo, llegará a su plenitud. Entonces Cristo reinará totalmente y Dios será todo en todos.
Cuando el hombre se acerca al fin, se descubren sus obras(Eclo11, 27). En espera del final de los tiempos, el alma de cada persona que muere se encuentra con Dios. A este encuentro la Iglesia lo llama Juicio particular. En él cada uno recibe de Dios el premio o el castigo en relación con su fe y sus obras. Para unos será disfrutar inmediatamente de la gloria de Dios; para otros será entrar en la Comunión plena con Dios tras ser purificados; y, para otros, los que lo hayan rechazado libre y voluntariamente hasta la muerte, será vivir lejos de Dios para siempre.
¿QUÉ ES LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS?
"Creo en la Comunión de los Santos", decimos en el credo, antes de afirmar nuestra esperanza en la resurrección de la carne y la vida eterna. Nos referimos ante todo, a la participación de todos los miembros de la Iglesia en las cosas santas: la fe, los sacramentos, en particular en la Eucaristía, los carismas y otros dones espirituales.
Designa también la comunión entre las personas santas, es decir, entre quienes por la gracia están unidos a Cristo muerto y resucitado. Unos viven aún peregrinos en este mundo; otros, ya difuntos, se purifican, ayudados también por nuestras plegarias; otros, finalmente, gozan ya de la gloria de Dios e interceden por nosotros. Todos juntos formamos en Cristo una sola familia, la Iglesia, para alabanza y gloria de la Trinidad.
JESÚS ASUMIÓ LA MUERTE POR FIDELIDAD A DIOS Y POR AMOR A LA HUMANIDAD
Con la muerte termina la vida terrena de cada uno de nosotros en un día y en un momento que ignoramos. Este hecho nos plantea muchas preguntas. Pensar que tras la muerte no hay nada, que es el fin de la existencia, puede provocar mucha inquietud e incluso desesperación. Quizá por eso en nuestra sociedad se tiende a ocultar.
La fe nos ofrece una indispensable ayuda para afrontar con verdad y esperanza nuestro destino mortal, pues ilumina la realidad de nuestra muerte mostrándola como un paso hacia la vida eterna prometida por Dios a los que creen en Él.
Jesús no soportó la muerte en cruz como un destino fatal, al contrario, la asumió libremente, por fidelidad a Dios y amor a la humanidad. Gracias a El, la muerte se ha convertido en fuente de bendición y puerta de vida plena en Dios. Él mismo viene a encontrarse con nosotros y nos guía hacia la vida eterna.
A la luz de la Muerte y la Resurrección de Cristo, los creyentes descubrimos el sentido de la vida. Venimos de Dios y Él nos espera en el cielo. Caminamos en esta tierra hacia la vida plena de Dios; esto exige que apostemos por ella en cada momento, pues de cómo vivamos depende alcanzar la eterna bienaventuranza.
CIELO, INFIERNO, PURGATORIO
La Sagrada Escritura presenta la vida eterna que Dios nos promete como un banquete espléndido en manjares, una fuente de agua viva, el rebaño mejor apacentado...
El Cieloes el estado de felicidad dela que gozan los hombres y mujeres que están con Dios para siempre. Todos aquellos que mueren engracia de Dios y no tienen necesidad de posterior purificación, son reunidos en torno a Jesús, a María, a los ángeles ya los santos, formando así la Iglesia del cielo, donde ven a Dios cara a cara, viven en Comunión de Amor con La Santísima Trinidad e interceden por nosotros.
El Infiernoes el estado de condenación de quienes después de la muerte están separados de Dios para siempre.
El Purgatorioes el estado de purificación de los que han muerto en paz con Dios, pero que tienen que ser purificados de las manchas de sus pecados antes de participar en la felicidad del cielo.
Lo Vemos en el siguiente vídeo:
NO ESPERAMOS EL CIELO CON LOS BRAZOS CRUZADOS
Pensar en el cielo, en la otra vida, no debe hacernos descuidar las tareas que debemos realizar en esta; al contrario nos impulsa a colaborar para que en este mundo haya más amor, más generosidad, y más justicia, según el plan de Dios.
La venida de Cristo debemos prepararla trabajando por un mundo conforme a los proyectos de Dios. El mensaje del juicio de Jesucristo nos llama a la decisión y al compromiso, aquí y ahora.
Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo. Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios.(Ef 4, 32-5, 2).
Cantamos "Como pan pequeño"
Dios ofrece incesantemente a la persona antes de su muerte ocasión y tiempo de penitencia y de conversión. La enseñanza de la Iglesia sobre el cielo y el infierno, sobre la salvación y la condenación, nos descubre la seriedad de la vida y la grandeza de nuestra libertad. Tenemos en nuestras manos elegir entre la vida y la muerte, escoger entrar en Comunión con el Dios que nos espera o rechazarle para siempre.
ORAR POR LOS DIFUNTOS
Los santos del cielo, unidos a Cristo, que siempre intercede al Padre por nosotros, nos ayudan en las necesidades de quienes peregrinamos en este mundo.
Y nosotros oramos a Dios Por aquellos hermanos que, después de la muerte, son purificados para gozar definitivamente de Dios. La Iglesia que, como madre, ha llevado sacramentalmente en su seno al cristianismo durante su peregrinación terrena, lo acompaña al término de su caminar para entregarlo en las manos del Padre, especialmente cuando celebra por él la Eucaristía.
Cada día la Iglesia ora y celebra la Eucaristía por todos los cristianos que murieron con la esperanza de la resurrección y también por todos los hombres que murieron en la misericordia de Dios:
Acuérdate también de los que murieron en la paz de Cristo y de todos los difuntos, cuya fe solo Tú conociste(Plegaria eucarística IV).
En el Siglo XVI, San Juan de la Cruz, nacido en Fontiveros, cerca de Ávila, presenta el itinerario espiritual para escalar la cima de la perfección cristiana.
Al atardecer de la vida,
te examinarán del amor;
aprende a amar
como Dios quiere ser amado.
¿Qué quiere decir "Creo en la Vida Eterna"?
"Creo en la Vida Eterna" quiere decir que creemos que, después de esta vida, Dios Padre nos dará una vida que durará para siempre.
ACTIVIDADES:
1. Comenta con tus padres y catequistas:
La Comunión de los Santos ¿Qué es la Comunión de los Santos?
Elcielo¿Quiénes van al cielo? ¿Cómo es el cielo?
El purgatorio ¿Qué es el purgatorio? ¿Es para siempre?
El infierno¿Existe el infierno?
El Juicio Final¿Cuándo será el juicio final? ¿En qué consistirá?
2. Aprende y colorea lo que pasa después de la muerte en la que cada persona se encuentra con Dios de forma particular:
CREO EN:
3. Para saber cuánto sabes del tema pincha aquí y rellena el cuestionario.