Lecturas misa AQUÍ.Os dejamos el Evangelio según San Juan 13, 23-29:
MEDITAMOS:
Así, vamos pidiéndole al Señor ser testigos de la resurrección para que otros crean.
Jesús promete a sus discípulos que si lo aman, el Padre también los amará y vendrán a ellos, estableciendo morada en ellos.
¿Te ha pasado que cuando alguien que quieres mucho está contigo, te sientes tranquilo y feliz? Eso es lo que Jesús quiere que sintamos todos los días.
Jesús nos dice que si lo amamos, debemos escuchar lo que Él nos enseña y tratar de vivir como Él: amando, perdonando y ayudando a los demás. Cuando hacemos esto, Dios vive con nosotros, en nuestro corazón. ¡No estamos solos!
También nos dice algo muy bonito: nos deja su paz. No es una paz cualquiera, sino una que nos calma cuando estamos tristes o preocupados. Es como un abrazo que no se ve, pero que se siente en el corazón.PARA LA VIDA:❤️ Mensaje para llevar al corazón
• Amar a Jesús es hacer lo que Él nos enseña.• Jesús y Dios viven en los corazones que aman.
• Su paz es un regalo que nos da fuerza y alegría.
ORACIÓN:
Querido amigo Jesús,
gracias por tu paz y tu amor.
Ayúdame a escucharte
y a seguir tu ejemplo cada día. Amén.
ACTIVIDADES:
1. Lee o ve de nuevo el Evangelio. Después comenta con tus padres y catequistas las siguientes cuestiones:
- Contesta: - ¿Quién es el que cumple la palabra de Jesús?
- El texto:
- Reflexión: para profundizar más en esta Palabra de Salvación:
- ¿De quién es la palabra que nos comunica Jesús?
- ¿Quién es el Consolador del que habla Jesús?
- ¿Por qué dice Jesús a los discípulos que no pierdan la paz ni se acobarden?
La manifestación de Jesús resucitado se dará a quienes lo amen y sean fieles a su Palabra. A quienes quieran elegir a Jesús. Es decir, al dirigirse al “que me ama” se amplía totalmente el espectro de lo que estaría pensando Judas. No se trata ya de aquellos elegidos gratuitamente por el Señor (“llamó a los que él quiso”) y “vinieron donde él… para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Mc 3,13-14) sino de los que quieran “amar a Jesús” viviendo sus enseñanzas y adhiriendo a sus palabras, que no son otras que las del Padre: “La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió” (v.24b). Jesús se manifestará en el ámbito del amor -ahora es Él quien quiere ser elegido- a aquellos que opten por amarlo viviendo la Palabra que el Padre anunció por su intermedio y que todos oyeron.
El lector (u oyente) de Jn ya conoce la expresión que explicita este modo de amor que Jesús pretende: el que dice que lo ama debe ser fiel a su palabra. “Guardar (o ser fiel a) la Palabra”, tal como ya había explicado Jesús (Jn 8,51-55) y lo repetirá más adelante (Jn 15,20; 17,6) significa aceptar la revelación del Padre que se da en Jesús. Contrariamente al “que no me ama no es fiel a mis palabras” (v.24a), los que son fieles a su Palabra son los que viven la fe y la expresan amando a la manera como ama Jesús. Pues el modo como ama Jesús revela el modo como ama el Padre. Amar a Jesús significa hacer lo mismo que ha hecho Él: no claudicar frente al dolor, ponerse a los pies de los hermanos, responder a sus necesidades vitales, compadecerse del que está caído, dar de comer al hambriento, visitar al enfermo, consolar al triste, hacer fiesta por un pecador que se arrepiente, perdonar “setenta veces siete”… La comunidad o el “mundo” se distinguen por la presencia (o ausencia) del amor, es decir, por la comunión de vida (o no) con el Padre y el Hijo.
A continuación, vienen una serie de por lo menos ocho promesas increíbles cuyo fundamento casi único es esta opción de “amar a Jesús y ser fiel a su Palabra”. La forma futura de los verbos concuerda con la presencia de Jesús todavía en la historia. Al despedirse de sus Discípulos, aún no está glorificado. Los está advirtiendo, antes de dejarlos físicamente y volver al Padre: “Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes” (v.25), de lo que va a suceder después de su Muerte y Resurrección. Todas estas promesas se realizarán después de su “vuelta al Padre”.
1º Promesa: “Mi Padre lo amará” (v.23)
Quien libremente elija amar a Jesús y guardar su Palabra, antes que nada, será destinatario del amor del Padre. Dios lleva a su cumplimiento, ahora en forma personalizada, aquel amor primero y fundamental: “Sí, Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único…” (3,16). Lo que en este texto era gracias a la fe, ahora se concreta gracias al amor y la fidelidad a la Palabra de Jesús. Así lo acababa de decir un momento antes de que Judas le preguntara: “El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre…” (14,21).
2º Promesa: “Iremos a él” (v.23)
Esta promesa parece invertir el movimiento esbozado en 14,2-3 de los discípulos llevados por Jesús hacia el Padre: “en la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones… y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo…”. Ahora, es el Padre el que viene junto con Jesús al discípulo amante y fiel. Lo increíble es que la presencia de Jesús resucitado en el creyente que ame y sea fiel llevará también consigo la presencia del Padre.
3º Promesa: “Habitaremos en él” (v.23)
El amor del que ama y es fiel a Jesús no sólo atrae al Padre y al Hijo “iremos a él”, sino que los hace quedar. Estamos frente a un verbo muy querido y típico del Cuarto evangelio: el “permanecer” o “hacer morada” se repite muchísimas veces.
Permanecer referido al Padre: “Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios permanece en él” (1Jn 3,24) o “a Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud… Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios… Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios permanece en él” (1Jn 4,12-16). Las condiciones para la habitación de Dios en los creyentes, entonces, son la profesión de fe en Jesucristo y la caridad recíproca.
Pero también hay otros casos en los que el “permanecer” se refiere al Hijo, primero físicamente como cuando dice: “llegaron donde Él los samaritanos, le rogaron que permaneciera con ellos. Y se quedó allí dos días” (Jn 4,40) o “Y habiéndoles dicho esto permaneció en Galilea” (7,9) o “se quedó allí con sus discípulos” (11,54) que es el sentido del v.25 del texto de hoy: “Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes”. Sin embargo, hay otro sentido mucho más trascendente y espiritual que es el que aparecen, por ejemplo, en 6,56: “el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo permanezco en Él” o en 15,4-7: “Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid; tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo permanezco en él, da mucho fruto, porque separados de mí nada pueden hacer… Si ustedes permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán”.
En este caso, para los que aman a Jesús y guardan fielmente su Palabra (que en definitiva es la del Padre) se les promete la permanencia de ambos: la del Padre y la del Hijo glorificado.
Para los creyentes, después de la glorificación de Jesús, comienza el “tiempo del Espíritu”. Al llegar a los discursos de despedida, nos encontramos con una amplia presentación de la figura del Espíritu Santo y, solamente en esta parte del Cuarto evangelio, bajo el título de “Paráclito”.
La palabra griega parákletos, derivada del verbo compuesto por la preposición “pará” (“junto a” o “al lado de”) y la raíz verbal “kaléō” (“llamar”), quiere decir “el que es llamado para estar junto o al lado de”. Esta es la primera misión, dada ya desde su mismo nombre, de lo que implicaría el Espíritu para “el que ame a Jesús y guarde su Palabra”. El uso corriente del término fue utilizado para designar al que asistía aconsejando o ayudando en cuestiones legales. Sería el «intercesor», el «representante» o el «ayudante»; los Padres lo tradujeron con el latino “advocatus” (“abogado”). Juan presenta al Paráclito como el Espíritu Santo en un cometido especial, concretamente, como la presencia personal de Jesús junto a los cristianos.
Antes de volver al Padre, Jesús promete a la comunidad no dejarlos huérfanos (14,18) y rogar al Padre para que envíe a Alguien que estuviera junto a ellos para siempre: “Yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes” (14,16). Después de su retorno al Padre, Jesús asegura que el Padre “enviará en su Nombre” otro Paráclito, porque Jesús fue el primero. Notemos, pues, que casi todo lo que se dice del Paráclito, en otros pasajes de Juan, se aplica explícita o implícitamente a Jesús.
5º Promesa: “El Paráclito, el Espíritu Santo les enseñará todo” (v.26)
Al acercarse la hora de la Pasión, Jesús ya no hablará mucho más con sus discípulos. Pero la comunidad no queda librada a la fuerza de su propia memoria para recordar lo dicho y hecho por Jesús. El Paráclito tiene una función didáctica ilimitada: Él mantendrá vivas las palabras, gestos y acciones de Jesús en la comunidad, primero enseñando y luego recordando.
Durante el tiempo que permaneció con sus discípulos, Jesús les enseñó muchas cosas, pero su revelación no pudo ser captada en toda su profundidad: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora” (Jn 16,12). Para que pudieran penetrar en el sentido de las palabras de Jesús sería necesaria la actividad docente del Paráclito.
6º Promesa: “El Paráclito, el Espíritu Santo les recordará lo que les he dicho” (v.26)
Por otro lado, la función de “recordar” implica mucho más que un simple volver a la memoria. Indica una reflexión, una comprensión más profunda o una toma de conciencia de su significado más pleno. Los discípulos, antes de la glorificación de Jesús, no habían entendido el sentido de las palabras y los gestos de Jesús, ni de su relación con las Sagradas Escrituras: “cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto (se refería al Templo de su Cuerpo), y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (2,22). “Al comienzo, sus discípulos no comprendieron. Pero cuando Jesús fue glorificado, recordaron que todo lo que le había sucedido era lo que estaba escrito acerca de él” (12,16). Será tarea del Paráclito hacerles recordar y comprender todas estas cosas, de modo pleno.
Por lo tanto, la enseñanza del Paráclito, ligada a la función de recordar, no constituye una nueva revelación, sino una profundización en “todo” lo que Jesús ha dicho y ha hecho para revelar al Padre, y que en su tiempo, los discípulos no entendieron suficientemente.
La revelación del Padre realizada por Cristo no está destinada a ser repetida mecánicamente y de la misma forma todos los días hasta el fin del mundo; sino que debe ir profundizándose y aclarándose a medida que el Paráclito permite contemplarla bajo nuevas luces y en circunstancias diversas. Para llegar a una mayor penetración del misterio, el Paráclito ayudará a ver el alcance que tienen las enseñanzas del Señor en las situaciones que se vayan presentando en el futuro.
7º Promesa: “Les dejo la paz, les doy mi paz” (v.27)
Las primeras palabras de Jesús Resucitado a sus discípulos fueron: “La paz esté con vosotros” (Jn 20,19.21.26). No es sólo un saludo y ni siquiera un sencillo deseo: es un don que les deja como herencia. Él está donando su propia paz como fruto de su Pascua. Se trata del don precioso que Cristo ofrece a sus discípulos después de haber pasado a través de la muerte y de los infiernos. Después de resucitar, tal como lo había prometido en el texto de hoy, comparte una paz que no es cualquier paz sino la del Resucitado: “Os dejo la paz, os doy mi paz”. El Hijo dispone de la paz que, según la Biblia, sólo Dios puede conceder (cfr. Lev 26,6; Sal 29,11b; Is 66,12; Jr 33,9).
En el mensaje del Papa Francisco del Domingo de la Divina Misericordia decía: “Esta paz es el fruto de la victoria del amor de Dios sobre el mal, es el fruto del perdón. Y es precisamente así: la verdadera paz, esa paz profunda, viene de hacer la experiencia de la misericordia de Dios”.
Esta paz pascual será, entonces, la que hace posible vivir aquella bienaventuranza que el mismo Jesús había anunciado: “Dichosos los que construyen la paz, porque Dios los llamará sus hijos” (Mt 5,9). No se puede ser constructores de paz sin antes recibirla como don del Resucitado. “Su paz” es la que nos habilita a construir la paz. Vivir la fe conlleva una clara y decidida opción por la paz. No se puede decir “soy discípulo/a de Jesús” e ir regando amenazas de guerra y violencia con palabras, con gestos, con miradas o con acciones por todas partes.
La paz de Cristo “en nosotros” no es ausencia de problemas, serenidad en la vida, ni sinónimo de prosperidad…Ella es plenitud de todo bien y, ante todo, ausencia de temor frente a lo que puede venir: “¡No se inquieten ni teman!”. Jesús, como lo hiciera Moisés a Josué ante la tarea que le aguardaba: “no temas, no te asustes” (Dt 31,8), intenta exorcizar el miedo de los Discípulos.
8º Promesa: “Volveré a vosotros” (v.28)
No es la primera vez que Jesús hace esta promesa: “Me han oído decir”. Acababa de decir: “No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes” (14,18), como antes había afirmado a propósito de irse a preparar las “muchas habitaciones” o modos de relacionarse íntimamente con el Padre: “Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes” (14,3).
Sin embargo, junto a esta promesa de volver, Jesús insiste -como al principio de este texto- pero ahora con cierto tono de reclamo, sobre el amor. “Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre”. El amor debe traducirse en gozo. La Pascua de Jesús significa la salvación plena de Dios para el que la quiera recibir. Si comprendieran que la Pascua conduce a una más profunda y más intensa forma de presencia de Jesús en la vida personal y comunitaria, surgiría un gozo pleno. Gozo, además, con Él porque va a ser glorificado y porque vuelve al Padre, el “Dios de su alegría” (Sal 43,4). Parece decirles que no lo están amando bien. Podríamos completar la frase y parafrasearla así: “Si me amaran, se alegrarían de que me vuelva junto al Padre, pero como solamente piensan en ustedes, están tristes de que me vaya”. El amor de los discípulos todavía es un amor mezclado de egoísmos. No aman a Jesús como Jesús les enseñó a amar; no piensan en Él sino en ellos mismos. Éste es el amor que Jesús nos pide: un amor capaz de alegrase con la alegría del otro. Un amor capaz de no pensar en sí mismo como el centro de todo, sino como el buen pastor que es capaz de dar la vida por sus ovejas. Jesús nos invita a salir de nosotros mismos y a abrirnos a dar, más que a recibir: no se trata de un intercambio, sino del efecto de un don compartido.
La afirmación de que “el Padre es más grande que yo” debe entenderse en este contexto de que Jesús va al Padre para ser glorificado. El Padre es mayor porque es el que envía y glorifica a Jesús. Esta glorificación debía ser la causa de alegría para los discípulos, porque también ellos serán partícipes de la gloria de Jesús (17,22). Cuando suceda la glorificación de Jesús, ellos no estarán desprevenidos: se las ha ido anunciando durante todo este largo discurso: “Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean” (v.29). Todas estas promesas deben ayudarlos en su fe: todo lo dicho con anticipación es para fortalecerles la fe.
A veces, en medio de tantas cosas —tareas, redes sociales, amistades, dudas, estrés— es fácil sentir que estamos solos o que no entendemos bien qué quiere Dios de nosotros.
Pero este mensaje de Jesús es como un faro en medio de la confusión:
“Si me amas, guarda mi palabra… y viviremos contigo.”
Eso significa que amar a Jesús no es solo decirlo, sino demostrarlo con nuestras decisiones: cómo tratamos a los demás, cómo hablamos, qué elegimos hacer cuando nadie nos ve.
También nos recuerda que no nos deja solos. Nos promete el Espíritu Santo, que es como una brújula interior que nos guía, nos consuela y nos da sabiduría para elegir el bien.
Y lo más hermoso: nos da su paz. No es una paz superficial, como la de un día sin tareas. Es una paz profunda, que se queda con nosotros incluso en medio de los problemas.
Para pensar
• ¿Estoy escuchando de verdad a Jesús en mi vida?
• ¿Cómo puedo vivir su palabra hoy, en mi casa, mi escuela o con mis amigos?
• ¿Busco esa paz que viene de Dios o la que ofrece el mundo (que dura poco)?
- Oración:
- Interiorizo La Palabra de Dios:
El Espíritu Santo “les recordará lo que les he dicho”. El tema de la memoria, Juan lo toma del Antiguo Testamento, en particular del Deuteronomio. Allí se trataba de recordar las gestas de Dios: las hazañas del Éxodo, la Alianza… ¿A la luz de la Pascua, cuáles son los recuerdos que te trae el Espíritu a tu memoria de la acción de Dios en tu vida o en la de tu comunidad? “Paz” no significa sólo ausencia de conflictos o tranquilidad del alma, sino también salud, prosperidad y dicha en plenitud. ¿Qué sentido tiene para vos la promesa de Jesús: “les dejo la paz, les doy mi paz”? Jesús era el punto de referencia de la vida de los Discípulos, por eso temían que su vuelta al Padre implicara verse desprotegidos y sin orientación. ¿Qué te sugiere la frase que él desdijo en aquel momento a los Discípulos temerosos: “no se inquieten ni teman”? ¿Cuáles son tus temores, hoy?¿En qué debe consistir la alegría pascual? ¿Cómo estoy viviendo el tiempo pascual este año?¿En qué notas que está flaqueando tu fe? ¿Te sirve de algo saber que Jesús resucitado te hace todas estas promesas para fortalecer tu fe personal y comunitaria? Recordar y compartir las promesas.
Señor te pido que te sigas haciendo presente en mi vida, en cada acción que emprenda, con mi comunidad, con mis hermanos y sobre todo en la Iglesia. Necesitamos tu paz para poder ir adelante con cada empresa que nos has delegado, no inquietarnos, no intimidarnos y estar seguros de lo que haremos porque tu estas con nosotros y nos llenas de fe.
Hacemos un momento de silencio y reflexión para responder al Señor. Hoy damos gracias por su resurrección y porque nos llena de alegría. Añadimos nuestras intenciones de oración.
Amén
Repetimos varias veces este versículo del Evangelio para que vaya entrando a nuestra vida, a nuestro corazón.
«Os dejo la paz; es mi paz la que os doy.
Yo no se la doy como la da el mundo»
(Versículo 27)
Tomemos esta canción para ir contemplando
“Donde hay caridad y amor, allí está el Señor”
Joaquín Madurga (Oratorio de San Felipe Neri)- Me comprometo:
- Así, vamos pidiéndole al Señor ser testigos de la resurrección para que otros crean.
Jesús dice: “La paz les dejo, mi paz les doy.” Pero no es la paz de tenerlo todo bien, ni de que no haya problemas. Es una paz distinta: es la seguridad de saber que Él está con nosotros siempre, aunque no lo veamos. Es la paz del corazón.
Esa paz se siente cuando haces el bien, cuando rezas, cuando ayudas. Jesús nos deja algo que nada ni nadie puede quitarnos. Por eso dice: “No os inquietéis ni tengáis miedo.”
Con Jesús, hasta las cosas difíciles se pueden vivir con esperanza. Porque su paz es como una luz que brilla dentro de ti… incluso en la oscuridad..
Si estoy solo o en grupo, Hacer una lista de por lo menos tres ejemplos de los modos concretos en que puedes (personal o comunitariamente) mejor amar a Jesús y “guardar su Palabra”.
3. Ve el vídeo "Encontrar la paz"4. Realiza el puzzle:
Cantamos "Como el Padre me amó"
SOMOS CONSTRUCTORES DE PAZ
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