domingo, 25 de mayo de 2025

JESÚS NOS REGALA SU PAZ. VI DOMINGO PASCUA -C

 

Lecturas misa AQUÍ.

Os dejamos el Evangelio según San Juan 13, 23-29:
MEDITAMOS:
Así, vamos pidiéndole al Señor ser testigos de la resurrección para que otros crean.
Jesús promete a sus discípulos que si lo aman, el Padre también los amará y vendrán a ellos, estableciendo morada en ellos. 
¿Te ha pasado que cuando alguien que quieres mucho está contigo, te sientes tranquilo y feliz? Eso es lo que Jesús quiere que sintamos todos los días.
Jesús nos dice que si lo amamos, debemos escuchar lo que Él nos enseña y tratar de vivir como Él: amando, perdonando y ayudando a los demás. Cuando hacemos esto, Dios vive con nosotros, en nuestro corazón. ¡No estamos solos!
También nos dice algo muy bonito: nos deja su paz. No es una paz cualquiera, sino una que nos calma cuando estamos tristes o preocupados. Es como un abrazo que no se ve, pero que se siente en el corazón.
PARA LA VIDA:❤️ Mensaje para llevar al corazón
• Amar a Jesús es hacer lo que Él nos enseña.
• Jesús y Dios viven en los corazones que aman.
• Su paz es un regalo que nos da fuerza y alegría.

ORACIÓN:
Querido amigo Jesús, 
gracias por tu paz y tu amor. 
Ayúdame a escucharte 
y a seguir tu ejemplo cada día. Amén.
ACTIVIDADES:
1. Lee o ve de nuevo el Evangelio. Después comenta con tus padres y catequistas las siguientes cuestiones:
  • Contesta:
  • - ¿Quién es el que cumple la palabra de Jesús?
    - ¿De quién es la palabra que nos comunica Jesús?
    - ¿Quién es el Consolador del que habla Jesús?
    - ¿Por qué dice Jesús a los discípulos que no pierdan la paz ni se acobarden?
  • El texto:
  • La manifestación de Jesús resucitado se dará a quienes lo amen y sean fieles a su Palabra. A quienes quieran elegir a Jesús. Es decir, al dirigirse al “que me ama” se amplía totalmente el espectro de lo que estaría pensando Judas. No se trata ya de aquellos elegidos gratuitamente por el Señor (“llamó a los que él quiso”) y “vinieron donde él… para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Mc 3,13-14) sino de los que quieran “amar a Jesús” viviendo sus enseñanzas y adhiriendo a sus palabras, que no son otras que las del Padre: “La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió” (v.24b). Jesús se manifestará en el ámbito del amor -ahora es Él quien quiere ser elegido- a aquellos que opten por amarlo viviendo la Palabra que el Padre anunció por su intermedio y que todos oyeron.

    El lector (u oyente) de Jn ya conoce la expresión que explicita este modo de amor que Jesús pretende: el que dice que lo ama debe ser fiel a su palabra. “Guardar (o ser fiel a) la Palabra”, tal como ya había explicado Jesús (Jn 8,51-55) y lo repetirá más adelante (Jn 15,20; 17,6) significa aceptar la revelación del Padre que se da en Jesús. Contrariamente al “que no me ama no es fiel a mis palabras” (v.24a), los que son fieles a su Palabra son los que viven la fe y la expresan amando a la manera como ama Jesús. Pues el modo como ama Jesús revela el modo como ama el Padre. Amar a Jesús significa hacer lo mismo que ha hecho Él: no claudicar frente al dolor, ponerse a los pies de los hermanos, responder a sus necesidades vitales, compadecerse del que está caído, dar de comer al hambriento, visitar al enfermo, consolar al triste, hacer fiesta por un pecador que se arrepiente, perdonar “setenta veces siete”… La comunidad o el “mundo” se distinguen por la presencia (o ausencia) del amor, es decir, por la comunión de vida (o no) con el Padre y el Hijo.

    A continuación, vienen una serie de por lo menos ocho promesas increíbles cuyo fundamento casi único es esta opción de “amar a Jesús y ser fiel a su Palabra”. La forma futura de los verbos concuerda con la presencia de Jesús todavía en la historia. Al despedirse de sus Dis­cípulos, aún no está glorificado. Los está advirtiendo, antes de dejarlos físicamente y volver al Padre: “Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes” (v.25), de lo que va a suceder después de su Muerte y Resurrección. Todas estas promesas se realizarán después de su “vuelta al Padre”.

    1º Promesa: “Mi Padre lo amará” (v.23)

    Quien libremente elija amar a Jesús y guardar su Palabra, antes que nada, será destinatario del amor del Padre. Dios lleva a su cumplimiento, ahora en forma personalizada, aquel amor primero y fundamental: “Sí, Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único…” (3,16). Lo que en este texto era gracias a la fe, ahora se concreta gracias al amor y la fidelidad a la Palabra de Jesús. Así lo acababa de decir un momento antes de que Judas le preguntara: “El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre…” (14,21). 

    2º Promesa: “Iremos a él” (v.23)

    Esta promesa parece invertir el movimiento esbozado en 14,2-3 de los discípulos llevados por Jesús hacia el Padre: “en la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones… y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo…”. Ahora, es el Padre el que viene junto con Jesús al discípulo amante y fiel. Lo increíble es que la presencia de Jesús resucitado en el creyente que ame y sea fiel llevará también consigo la presencia del Padre.

    3º Promesa: “Habitaremos en él” (v.23)

    El amor del que ama y es fiel a Jesús no sólo atrae al Padre y al Hijo “iremos a él”, sino que los hace quedar. Estamos frente a un verbo muy querido y típico del Cuarto evangelio: el “permanecer” o “hacer morada” se repite muchísimas veces.

    Permanecer referido al Padre: “Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios permanece en él” (1Jn 3,24) o “a Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud… Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios… Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios permanece en él” (1Jn 4,12-16). Las condiciones para la habitación de Dios en los creyentes, entonces, son la profesión de fe en Jesucristo y la caridad recíproca.

    Pero también hay otros casos en los que el “permanecer” se refiere al Hijo, primero físicamente como cuando dice: “llegaron donde Él los samaritanos, le rogaron que permaneciera con ellos. Y se quedó allí dos días” (Jn 4,40) o “Y habiéndoles dicho esto permaneció en Galilea” (7,9) o “se quedó allí con sus discípulos” (11,54) que es el sentido del v.25 del texto de hoy: “Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes”. Sin embargo, hay otro sentido mucho más trascendente y espiritual que es el que aparecen, por ejemplo, en 6,56: “el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo permanezco en Él” o en 15,4-7: “Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid; tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo permanezco en él, da mucho fruto, porque separados de mí nada pueden hacer… Si ustedes permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán”.

    En este caso, para los que aman a Jesús y guardan fielmente su Palabra (que en definitiva es la del Padre) se les promete la permanencia de ambos: la del Padre y la del Hijo glorificado.

    4º Promesa: “El Padre enviará en mi Nombre al Paráclito, al Espíritu Santo” (v.26)

    Para los creyentes, después de la glorificación de Jesús, co­mienza el “tiempo del Espíritu”. Al llegar a los discursos de despedida, nos encontramos con una amplia presentación de la figura del Espíritu Santo y, solamente en esta parte del Cuarto evangelio, bajo el título de “Paráclito”. 

    La palabra griega parákletos, derivada del verbo compuesto por la preposición “pará” (“junto a” o “al lado de”) y la raíz verbal “kaléō” (“llamar”), quiere decir “el que es llamado para estar junto o al lado de”. Esta es la primera misión, dada ya desde su mismo nombre, de lo que implicaría el Espíritu para “el que ame a Jesús y guarde su Palabra”. El uso corriente del término fue utilizado para designar al que asistía aconsejando o ayudando en cuestiones legales. Sería el «intercesor», el «representan­te» o el «ayudante»; los Padres lo tradujeron con el latino “advocatus” (“abogado”). Juan presenta al Paráclito como el Espíritu Santo en un cometido especial, concretamente, como la presencia personal de Jesús junto a los cristianos. 

    Antes de volver al Padre, Jesús promete a la comunidad no dejarlos huérfanos (14,18) y rogar al Padre para que envíe a Alguien que estuviera junto a ellos para siempre: “Yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes” (14,16). Después de su retorno al Padre, Jesús asegura que el Padre “enviará en su Nombre” otro Paráclito, porque Jesús fue el primero. Notemos, pues, que casi todo lo que se dice del Paráclito, en otros pasajes de Juan, se aplica explícita o implícitamente a Jesús. 

    5º Promesa: “El Paráclito, el Espíritu Santo les enseñará todo” (v.26)

    Al acercarse la hora de la Pasión, Jesús ya no habla­rá mucho más con sus discípulos. Pero la comunidad no queda librada a la fuerza de su propia memoria para recordar lo dicho y hecho por Jesús. El Paráclito tiene una función didáctica ilimitada: Él mantendrá vivas las palabras, gestos y acciones de Jesús en la comunidad, primero enseñando y luego recordando.

    Durante el tiempo que permaneció con sus discípulos, Jesús les enseñó muchas cosas, pero su revelación no pudo ser captada en toda su profundidad: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora” (Jn 16,12). Para que pudieran penetrar en el sentido de las palabras de Jesús sería necesaria la actividad docente del Paráclito.

    6º Promesa: “El Paráclito, el Espíritu Santo les recordará lo que les he dicho” (v.26)

    Por otro lado, la función de “recordar” implica mucho más que un simple volver a la memoria. Indica una reflexión, una comprensión más profunda o una toma de conciencia de su significado más pleno. Los discípulos, antes de la glorificación de Jesús, no habían entendido el sentido de las palabras y los gestos de Jesús, ni de su relación con las Sagradas Escrituras: “cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto (se refería al Templo de su Cuerpo), y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (2,22). “Al comienzo, sus discípulos no comprendieron. Pero cuando Jesús fue glorificado, recordaron que todo lo que le había sucedido era lo que estaba escrito acerca de él” (12,16). Será tarea del Paráclito hacerles recordar y comprender todas estas cosas, de modo pleno.

    Por lo tanto, la enseñanza del Paráclito, ligada a la función de recordar, no constituye una nueva revelación, sino una profundización en “todo” lo que Jesús ha dicho y ha hecho para revelar al Padre, y que en su tiempo, los discípulos no entendieron suficientemente. 
    La revelación del Padre realizada por Cristo no está destinada a ser repetida mecánicamente y de la misma forma todos los días hasta el fin del mundo; sino que debe ir profundizándose y aclarándose a medida que el Paráclito permite contemplarla bajo nuevas luces y en circunstancias diversas. Para llegar a una mayor penetración del misterio, el Paráclito ayudará a ver el alcance que tienen las enseñanzas del Señor en las situaciones que se vayan presentando en el futuro.

    7º Promesa: “Les dejo la paz, les doy mi paz” (v.27)

    Las primeras palabras de Jesús Resucitado a sus discípulos fueron: “La paz esté con vosotros” (Jn 20,19.21.26). No es sólo un saludo y ni siquiera un sencillo deseo: es un don que les deja como herencia. Él está donando su propia paz como fruto de su Pascua. Se trata del don precioso que Cristo ofrece a sus discípulos después de haber pasado a través de la muerte y de los infiernos. Después de resucitar, tal como lo había prometido en el texto de hoy, comparte una paz que no es cualquier paz sino la del Resucitado: “Os  dejo la paz, os doy mi paz”. El Hijo dispone de la paz que, según la Biblia, sólo Dios puede conceder (cfr. Lev 26,6; Sal 29,11b; Is 66,12; Jr 33,9).

    En el mensaje del Papa Francisco del Domingo de la Divina Misericordia decía: “Esta paz es el fruto de la victoria del amor de Dios sobre el mal, es el fruto del perdón. Y es precisamente así: la verdadera paz, esa paz profunda, viene de hacer la experiencia de la misericordia de Dios”.

    Esta paz pascual será, entonces, la que hace posible vivir aquella bienaventuranza que el mismo Jesús había anunciado: “Dichosos los que construyen la paz, porque Dios los llamará sus hijos” (Mt 5,9). No se puede ser constructores de paz sin antes recibirla como don del Resucitado. “Su paz” es la que nos habilita a construir la paz. Vivir la fe conlleva una clara y decidida opción por la paz. No se puede decir “soy discípulo/a de Jesús” e ir regando amenazas de guerra y violencia con palabras, con gestos, con miradas o con acciones por todas partes.

    La paz de Cristo “en nosotros” no es ausencia de problemas, serenidad en la vida, ni sinónimo de prosperidad…Ella es plenitud de todo bien y, ante todo, ausencia de temor frente a lo que puede venir: “¡No se inquieten ni teman!”. Jesús, como lo hiciera Moisés a Josué ante la tarea que le aguardaba: “no temas, no te asustes” (Dt 31,8), intenta exorcizar el miedo de los Discípulos. 

    8º Promesa: “Volveré a vosotros” (v.28)

    No es la primera vez que Jesús hace esta promesa: “Me han oído decir”. Acababa de decir: “No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes” (14,18), como antes había afirmado a propósito de irse a preparar las “muchas habitaciones” o modos de relacionarse íntimamente con el Padre: “Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes” (14,3).

    Sin embargo, junto a esta promesa de volver, Jesús insiste -como al principio de este texto- pero ahora con cierto tono de reclamo, sobre el amor. “Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre”. El amor debe traducirse en gozo. La Pascua de Jesús significa la salvación plena de Dios para el que la quiera recibir. Si comprendieran que la Pascua conduce a una más profunda y más intensa forma de presencia de Jesús en la vida personal y comunitaria, surgiría un gozo pleno. Gozo, además, con Él porque va a ser glorificado y porque vuelve al Padre, el “Dios de su alegría” (Sal 43,4). Parece decirles que no lo están amando bien. Podríamos completar la frase y parafrasearla así: “Si me amaran, se alegrarían de que me vuelva junto al Padre, pero como solamente piensan en ustedes, están tristes de que me vaya”. El amor de los discípulos todavía es un amor mezclado de egoísmos. No aman a Jesús como Jesús les enseñó a amar; no piensan en Él sino en ellos mismos. Éste es el amor que Jesús nos pide: un amor capaz de alegrase con la alegría del otro. Un amor capaz de no pensar en sí mismo como el centro de todo, sino como el buen pastor que es capaz de dar la vida por sus ovejas. Jesús nos invita a salir de nosotros mismos y a abrirnos a dar, más que a recibir: no se trata de un intercambio, sino del efecto de un don compartido.

    La afirmación de que “el Padre es más grande que yo” debe entenderse en este contexto de que Jesús va al Padre para ser glorificado. El Padre es mayor porque es el que envía y glorifica a Jesús. Esta glorificación debía ser la causa de alegría para los discípulos, porque también ellos serán partícipes de la gloria de Jesús (17,22). Cuando suceda la glorificación de Jesús, ellos no estarán desprevenidos: se las ha ido anunciando durante todo este largo discurso: “Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean” (v.29). Todas estas promesas deben ayudarlos en su fe: todo lo dicho con anticipación es para fortalecerles la fe.
  • Reflexiónpara profundizar más en esta Palabra de Salvación:
  • A veces, en medio de tantas cosas —tareas, redes sociales, amistades, dudas, estrés— es fácil sentir que estamos solos o que no entendemos bien qué quiere Dios de nosotros.
    Pero este mensaje de Jesús es como un faro en medio de la confusión:
    “Si me amas, guarda mi palabra… y viviremos contigo.”
    Eso significa que amar a Jesús no es solo decirlo, sino demostrarlo con nuestras decisiones: cómo tratamos a los demás, cómo hablamos, qué elegimos hacer cuando nadie nos ve.
    También nos recuerda que no nos deja solos. Nos promete el Espíritu Santo, que es como una brújula interior que nos guía, nos consuela y nos da sabiduría para elegir el bien.

    Y lo más hermoso: nos da su paz. No es una paz superficial, como la de un día sin tareas. Es una paz profunda, que se queda con nosotros incluso en medio de los problemas.

    Es la certeza de que Dios está contigo, te ama y nunca se va.
    Para pensar
    • ¿Estoy escuchando de verdad a Jesús en mi vida?
    • ¿Cómo puedo vivir su palabra hoy, en mi casa, mi escuela o con mis amigos?
    • ¿Busco esa paz que viene de Dios o la que ofrece el mundo (que dura poco)?
    El Espíritu Santo “les recordará lo que les he dicho”. El tema de la memoria, Juan lo toma del Antiguo Testamento, en particular del Deuteronomio. Allí se trataba de recordar las gestas de Dios: las hazañas del Éxodo, la Alianza… ¿A la luz de la Pascua, cuáles son los recuerdos que te trae el Espíritu a tu memoria de la acción de Dios en tu vida o en la de tu comunidad? “Paz” no significa sólo ausencia de conflictos o tranquilidad del alma, sino también salud, prosperidad y dicha en plenitud. ¿Qué sentido tiene para vos la promesa de Jesús: “les dejo la paz, les doy mi paz”? Jesús era el punto de referencia de la vida de los Discípulos, por eso temían que su vuelta al Padre implicara verse desprotegidos y sin orientación. ¿Qué te sugiere la frase que él desdijo en aquel momento a los Discípulos temerosos: “no se inquieten ni teman”? ¿Cuáles son tus temores, hoy?¿En qué debe consistir la alegría pascual? ¿Cómo estoy viviendo el tiempo pascual este año?¿En qué notas que está flaqueando tu fe? ¿Te sirve de algo saber que Jesús resucitado te hace todas estas promesas para fortalecer tu fe personal y comunitaria? Recordar y compartir las promesas.
  •  Oración

  • Señor te pido que te sigas haciendo presente en mi vida, en cada acción que emprenda, con mi comunidad, con mis hermanos y sobre todo en la Iglesia. Necesitamos tu paz para poder ir adelante con cada empresa que nos has delegado, no inquietarnos, no intimidarnos y estar seguros de lo que haremos porque tu estas con nosotros y nos llenas de fe.

    A cada intención libre respondemos: “¡danos Señor tu paz!”

    Hacemos un momento de silencio y reflexión para responder al Señor. Hoy damos gracias por su resurrección y porque nos llena de alegría. Añadimos nuestras intenciones de oración.

                                                            Amén
  • Interiorizo La Palabra de Dios:

  • Repetimos varias veces este versículo del Evangelio para que vaya entrando a nuestra vida, a nuestro corazón.

    «Os dejo la paz; es mi paz la que os doy. 
    Yo no se la doy como la da el mundo»
    (Versículo 27)

    Tomemos esta canción para ir contemplando
    “Donde hay caridad y amor, allí está el Señor”
                  Joaquín Madurga (Oratorio de San Felipe Neri)
      Así, vamos pidiéndole al Señor ser testigos de la resurrección para que otros crean.

  • Me comprometo:
  • Jesús dice: “La paz les dejo, mi paz les doy.” Pero no es la paz de tenerlo todo bien, ni de que no haya problemas. Es una paz distinta: es la seguridad de saber que Él está con nosotros siempre, aunque no lo veamos. Es la paz del corazón.

    Esa paz se siente cuando haces el bien, cuando rezas, cuando ayudas. Jesús nos deja algo que nada ni nadie puede quitarnos. Por eso dice: “No os inquietéis ni tengáis miedo.”

    Con Jesús, hasta las cosas difíciles se pueden vivir con esperanza. Porque su paz es como una luz que brilla dentro de ti… incluso en la oscuridad..

    Si estoy solo o en grupo, Hacer una lista de por lo menos tres ejemplos de los modos concretos en que puedes (personal o comunitariamente) mejor amar a Jesús y “guardar su Palabra”.
2. Aprende y colorea:
3. Ve el vídeo "Encontrar la paz"
4. Realiza el puzzle:
Cantamos "Como el Padre me amó"
SOMOS CONSTRUCTORES DE PAZ
DONDE NOS ENCONTREMOS

domingo, 18 de mayo de 2025

AMAOS UNOS A OTROS COMO YO OS HE AMADO. V DOMINGO PASCUA -C

 
Lecturas misa AQUÍ.

Os dejamos el Evangelio según San Juan 13, 31-33a. 34-35
MEDITAMOS
AMAR
No es fácil hablar de amor. La palabra amor está tan usada y se interpreta tan mal que muchos no creen en que haya un amor verdadero, un AMOR con mayúscula. Hay quienes se sorprenden cuando leen en la Biblia que Dios es Amor. El amor que se maneja en la sociedad actual, es un sentimiento de placer egoísta, es un contrato de tu me das y yo te doy, es hacer lo que todos hacen porque si no, me dicen que soy tonto o de otra época, es pasar un día, una noche, un tiempo, con alguien hasta que llegue el cansancio y luego, todo se termina. El amor del que nos habla Jesús, es amar como él ama, sin egoísmo, sin contrato, sin tiempo determinado, un amor puro que busca el bien de la otra persona, aunque no lo sepa ella o lo entienda.
Están en La última cena, es en la sombra de la traición donde Jesús habla del amor verdadero. No un amor idealizado, sino uno que se entrega incluso sabiendo que puede ser herido.
AMAR COMO ÉL AMA
PARA LA VIDA:
El amor al estilo de Jesús es el que crea paz, el que hace que compartamos nuestras cosas, el que perdona miles de veces, el que está pendiente del más necesitado, el que une a los que están enemistados y crea familias y comunidades. Hay grupos religiosos que dicen de sí mismos: “Los únicos que tenemos la verdad”, pero que, si observamos bien, van creando desunión, separación, enemistad y odio entre las familias y los conocidos. Rompen las buenas relaciones aún entre los esposos, padres e hijos, hermanos. ¿Tendrá eso que ver con el mandamiento de Jesús? ¿No será esa una señal de la ausencia de Dios?
Amar como Cristo es elegir quedarse, dar, servir… incluso cuando no hay garantía de ser correspondido. Es el amor que se arrodilla para lavar los pies, que no se retira cuando duele, que no exige, sino que se ofrece.
La cruz no es un fracaso, sino el árbol donde florece este amor radical. Como una vela que se consume para dar luz, así es el amor de Cristo: un amor que salva precisamente porque se entrega hasta el final.
No hay amor más grande
que dar la vida por los amigos
ORACIÓN:
Querido amigo Jesús,
amarnos unos a otros 
como tú nos amas es muy difícil, 
pero, sabemos que con tu ayuda 
todo es posible, 
 por eso, confiamos en ti. 
Queremos ser valientes 
y no tener miedo a hacer el bien 
aunque hagan burla de nosotros. 
Ayuda a la gente a liberarse 
del egoísmo 
para que haya amor en el mundo. Amén.
Cantamos "Amar a todos"
ACTIVIDADES:
1. Lee o ve de nuevo el Evangelio. Después comenta con tus padres y catequistas las siguientes cuestiones:
  • Contesta:
  • - ¿Para dónde iba Judas cuando Jesús habló?
    - ¿Cuál es el mandamiento nuevo que nos da Jesús?
    - ¿El amor entre unos y otros es suficiente?
    - ¿Cómo es el amor de Jesús?
    - ¿Cómo reconocerá la gente a los discípulos verdaderos de Jesús?

     

  • El texto: texto breve pero muy denso y de gran importancia. Aquí comienzan los discursos de despedida que se prolongarán hasta el final del capítulo 17. Este género literario “último discurso” es bastante frecuente en la Biblia como asimismo en la literatura extra-bíblica. En los libros más antiguos del AT, el discurso de despedida ya aparece, por ejemplo, cuando Jacob se despide de sus hijos y les da su bendición (Gn 47,29-49,33) o cuando Josué se despide de Israel (Jos 22-24). Bien podríamos sumar la despedida de David (1Cro 28-29), la de Matatías a sus hijos en 1Mac 2,49-68 o la despedida que Tobit dirige en su lecho de muerte a su hijo Tobías (Tob 14,3-11). Pero quizá el ejemplo más importante sea el discurso de despedida que Moisés dirige a Israel en todo el Deuteronomio. En el NT, otro ejemplo del género es el discurso de despedida de Pablo a los ancianos de Éfeso (Hch 20,17-38). La situación común es la de un gran personaje que, en la víspera de su muerte, reúne a los suyos (hijos, discípulos, todo el pueblo) para darle instrucciones que les ayudarán una vez que él haya partido. En el lecho de muerte, el padre, maestro o guía consuela y anima a sus hijos o seguidores, a la vez que los exhorta a conservar la fidelidad a Dios y a las enseñanzas recibidas. El discurso suele terminar con una oración. Esto ocurre, por lo que respecta a este texto de Juan, en el ambiente de una cena de despedida.
  • “Después que salió (Judas), dice Jesús…” Notemos que cuando Jesús empieza a hablar en forma íntima y confidencial con sus Apóstoles, dándoles las últimas recomendaciones, ahí Judas ya no está. Judas no podría resistir hablar de amor, no estaba en condiciones de recibir semejante testamento espiritual. Quien a esa altura de su vida ya había sido tomado por “la noche” (13,30) de la traición y el odio, tenía que “salir”. La salida de Judas significa la desaparición del único elemento oscuro que quedaba entre los Discípulos. Judas estuvo en todo momento con Jesús. Fue uno de los Doce primeros elegidos, lo acompañó durante su ministerio, escuchó sus enseñanzas y vio los signos que realizó en su vida pública. Estuvo en la cena pascual junto al Maestro de quien también, de rodillas, recibió el lavatorio de los pies… sin embargo, de aquel último diálogo tan trascendental no pudo participar. Hasta pareciera que Jesús esperó a que Judas saliese para compartir las dos ideas más importantes que ocuparían en ese momento su corazón. Ahora la prioridad era dejarle a sus “hijos” su testamento espiritual: el alcance de la Pasión y el alcance del principal de los mandamientos. Un dato interesante en la primera parte de este texto que hoy propone la liturgia es la combinación de los tiempos verbales: pasado (v.31: “ha sido glorificado”) y futuro (v.32: “lo glorificará”). Pero esa misma mezcla de tiempos que encontramos acá, ya había aparecido en 12,28: “Lo he glorificado y lo volveré a glorificar”. El tiempo pasado se refiere a toda la pasión, muerte, resurrección y ascensión que se producen en “la hora” mientras el futuro se refiere a la gloria que obtendrá el Hijo cuando vuelva junto al Padre. Lo mismo dirá en 17,4-5: “Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese”. Una vez más Juan nos presenta la Pasión como un paso victorioso o momento de suma gloria.
    Jesús todavía no ha sido crucificado, todavía no ha muerto pero de hecho ya aceptó libremente su muerte e incluso ya entregó aquello que es prenda de su muerte: su cuerpo y su sangre. Camina hacia la muerte como paso al Padre que es cuando la glorificación quedará completa. Cuando el Hijo resucitado vuelva al seno del Padre, momento definitivo y último del misterio pascual, se dará la glorificación del Padre. La Cruz no es separación ni abandono de parte del Padre, sino todo lo contrario: es la revelación de cuán hondamente Dios está presente en la vida de Jesús. Evento que sucederá pronto. Esta parte termina diciendo “y lo glorificará pronto” (v.32).

    Luego de estas palabras complejas, pero llenas de triunfo y luminosidad, más bien referentes a las consecuencias pascuales intra-trinitarias, Jesús hace tomar conciencia a sus oyentes de las consecuencias terrenas o visibles de su partida al Padre: “Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: «A donde yo voy, ustedes no pueden venir»”.

    La expresión afectuosa, literalmente en griego es el diminutivo “hijitos” míos resulta especialmente apropiada en el contexto de la Última Cena entendida como una comida pascual, pues los pequeños grupos que se reunían para la cena se comportaban como si formaran familias, y uno de cada grupo debía actuar como un padre que explica a sus hijos el significado de cuanto estaba ocurriendo.

    Los discípulos no lo seguirán de forma inmediata por este camino que conduce a la gloria, pero lo harán más tarde. Se lo dijo explícitamente a Pedro: “Adonde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, pero más adelante me seguirás”. Estamos ante el final de la comunión terrena de Jesús con su comunidad y el comienzo de un nuevo tipo de relación entre el Maestro y sus discípulos. El amor fraterno, como lo dirá a continuación, es la manera concreta como Jesús continuará en medio de su comunidad y, al mismo tiempo, el distintivo con el que los discípulos serán identificados en cuanto tales.

    “Les doy un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros. Así como yo los he amado, amaos también vosotros los unos a los otros. En esto todos reconocerán que sois mis discípulos: en el amor que os tengáis los unos a los otros”.

    Jesús “da” el mandamiento a sus Discípulos, como quien dona algo muy preciado. No se trata de una orden sino de un compartir aquello que en su vida fue medular: amar. Por definición, el amor no puede ser una orden ni una imposición. El amor es siempre donación libre y gratuita y, por lo tanto, debe ser una elección que, como todos hemos experimentado, sólo así reporta gozo verdadero. Habría que recibirlo de este modo.

    En el Evangelio de Juan, el término “mandamiento” aparece ocho veces en boca de Jesús: cuatro referidas al mandamiento que Él recibió del Padre (10,18; 12,49-50; 15,10) y otras cuatro al mandamiento que Él da a los Discípulos (14,15.21; 15,10.12). La síntesis la encontramos en 15,10-14: “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando”. Si Él ha dado la vida por todos, también los seguidores de Jesús deben dar la vida por los hermanos (cfr. 1Jn 3,16). Esto significa que pone en los creyentes el amor que Él recibe del Padre: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes” (15,9) y los capacita para que amen de la misma forma que Él ama.
  • Reflexión
  • Las palabras de san Agustín al comentar el trozo del Cuarto Evangelio que estamos leyendo: “El Señor Jesús afirma que le da un nuevo mandamiento a sus discípulos, esto es, que se amen mutuamente…. ¿Pero no existía ya este mandamiento en la antigua ley del Señor que prescribe: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ (Levítico 19,18)? ¿Por qué razón el Señor llama nuevo a un mandamiento que parece ser tan antiguo? ¿Será que es nuevo porque nos despoja del hombre viejo para revestirnos del nuevo? Sin duda. Hace nuevo a quien lo escucha o, mejor, a quien le obedece. Pero el amor que regenera no es el meramente humano, sino aquel que el Señor caracteriza y cualifica con las palabras: ‘Como yo os amé’ (Juan 13,34). Este es el amor que nos renueva, para que nos hagamos hombres nuevos, herederos de la nueva alianza, cantores de un cántico nuevo”.
    Sin embargo, esta no es la única novedad. El comienzo de estas palabras son las mismas referidas en las Cartas de Juan (1Jn 2,7-9; 3,23-24; 4,21; 5,2-3; 2Jn 5), pero el reconocimiento del discipulado por el amor fraterno, también es típico de este trozo. Discipulado y amor fraterno se funden en un mismo aspecto. El amor del Padre y del Hijo en la Cruz capacitan al verdadero discípulo –aquél que ha adherido vitalmente su existencia a la de Jesús- para continuar en el mundo la fuerza del amor extremo del Crucificado-Resucitado. Jesús no se ha limitado a mandar que nos amemos sino que nos ofrece ante todo la experiencia de su propio amor, donándolo a nuestros corazones, creando así entre Él, nosotros y los que nos rodean, un nuevo espacio vital y una nueva dinámica relacional.
    No hay otra forma de entrar en una relación filial con el Padre sino a través de un abandono total y de una confianza absoluta. ¿Cuál es tu relación con el Padre? ¿Cómo puedes glorificarlo cada vez mejor?
    El “mandamiento nuevo” consiste en amar a la medida de Cristo. ¿Cómo me amó y me ama Jesús? ¿Amamos a nuestros hermanos como Cristo me ama? ¿En qué nos parecemos y qué nos falta para amar como Jesús?
    “En esto todos reconocerán que sois mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” ¿Qué características debe tener nuestro amor para que sea un verdadero signo de que somos discípulos de Jesús? ¿Qué podemos hacer durante estos días para amar más y mejor a quienes nos rodean?
    Oración
    Agradezcamos al Señor la capacidad que ha puesto en nosotros para amarlo; alabémoslo por la capacidad de poder amar a nuestros hermanos con su amor. Recordemos nombres concretos de personas que nos aman y tengamos presente a las personas que amamos y a las que debiéramos amar más.

    Pidamos al Señor que nos perdone aquellas ocasiones en que hemos creído que se puede permanecer en el amor a Dios sin amar a las personas; pero que también nos perdone cuando no hemos dado testimonio de amor fraterno o hemos escandalizado a algún pequeño por nuestro poco amor.

    Hacemos un momento de silencio y reflexión para responder al Señor. 
    Hoy damos gracias por su resurrección y porque nos llena de alegría. Añadimos nuestras intenciones de oración.
                                         Amén.
    Interiorizamos La Palabra de Dios: Repetimos varias veces esta frase del Evangelio para que vaya entrando a nuestro corazón:
    «Amaos también los unos a otros»
    (Versículo 34)

    Y así, vamos pidiéndole al Señor ser testigos de la resurrección para que otros crean.
  • Me comprometo
  • En este tiempo Pascual, el Señor nos recuerda que estamos en el tiempo de la Iglesia que es el tiempo del amor, es decir, el tiempo de encontrar al Resucitado presente en los hermanos. En esta semana podríamos planear un gesto concreto de caridad hacia alguien cercano que lo necesite (por ejemplo: visitar a un enfermo o a un privado de la libertad, donar mercadería a alguna persona carenciada, ayudar a un orfanato u hogar de ancianos, etc.) y llevarlo a cabo.
2. Aprende y colorea:
3. Ve el vídeo "Renovados"  Después coméntalo con tus padres y catequistas:
4.
Realiza el Puzzle:
Cantamos "El mandamiento del amor"
¡EN EL AMOR QUE OS TENÉIS
CONOCERÁN QUE SOIS 
MIS DICÍPULOS!

 

domingo, 11 de mayo de 2025

JESÚS Y EL PADRE SON UNO. IV DOMINGO TO-C


Lecturas misa AQUÍ.
Os dejamos el Evangelio según San Juan 10, 27-30:
MEDITAMOS:
Jesús quiere llegar al corazón de los que lo escuchan y busca ejemplos que la gente pueda entender. Los judíos sabían lo que es una oveja, un rebaño y un pastor. Pero Jesús, añade algo, no sólo habla de un pastor sino que él mismo dice que es el Buen Pastor. Jesús, en este pasaje de Juan, habla más claro: sus ovejas, las suyas, escuchan su voz y él las conoce y ellas lo siguen. Aquí podemos descubrirnos a nosotros mismos: si somos ovejas de Jesús a él escuchamos y seguimos y él nos conoce, nos ama. Lo que Jesús les da a sus ovejas es la vida eterna para que nunca mueran pues nadie podrá arrebatarlas de su mano. Dice que el Padre se las ha dado y que el Padre es superior a todos y que nadie podrá arrebatarlas, quitarlas de la mano del Padre. Si están las ovejas en las manos de Jesús, están en la mano del Padre pues el Padre y Jesús son una misma cosa
PARA VIVIR:
El evangelio nos invita a estar muy unidos a Jesús, a ir siempre de su mano, a confiar en él por encima de todas las cosas. También es un compromiso de parte nuestra: si tenemos esa garantía de que Jesús nunca nos soltará de su mano, nuestra respuesta deberá ser una mayor fidelidad y confianza plena y total en su amor misericordioso.
Si estamos con Jesús, estamos con el Padre
. De nosotros depende el querer estar unidos siempre a Jesús, por eso, debemos rezar, recibir la eucaristía, leer la 
Palabra de Dios, hacer el bien a todos.
ORACIÓN:
Querido amigo Jesús,
Tú eres el Buen Pastor, 
el que da la propia vida por sus ovejas. 
Te damos las gracias 
por todo lo que has hecho por nosotros 
aunque sabemos 
que nunca comprenderemos 
lo grande que es todo eso. 
Queremos pedirte 
por todos los niños del mundo, 
para que te sigamos siempre con alegría 
y sembremos a nuestro paso amor y paz. Amén.
ACTIVIDADES:
1. Lee o ve de nuevo el Evangelio. Después comenta con tus padres y catequistas las siguientes cuestiones:
  • Contesta:
  • En este texto ¿Qué hacen las ovejas?
    ¿Qué les da Jesucristo?
    A Jesucristo ¿Qué le ha dado el Padre y nadie se las puede arrancar?
    ¿Qué son el Padre y Jesucristo?
  • El texto: La metáfora del pastor habla de esta calidad de relaciones; habla de todo lo que alguien puede y debe hacer por otro para ofrecerle bienestar y calidad de vida. Por eso la imagen es perfecta para hablar de la relación entre Jesús y nosotros. Quien quiera saber en definitiva quién es Él, cuál es su realidad más profunda, debe contemplar las actitudes y acciones de Pastor.
    Sin embargo, en esta imagen tan elocuente, el dueño del redil no es el mismo Jesús sino el Padre: “mi Padre que me las ha dado es superior a todos” (v.29). En esta frase se describe el vínculo de amor más fuerte y sólido que jamás podrá existir. Nadie es más poderoso que Dios Padre y Jesús Pastor está sostenido por ese poder. Todo lo que hace Jesús como pastor proviene de una relación de base, fundante, entre Él y el Padre Dios. Jesús es el Pastor enamorado de sus ovejas y completamente entregado a ellas, porque es primero un enamorado del Padre y a Él está totalmente entregado. La comunión entre el Pastor y el Padre es tal que alcanza para fundamentar también la comunión para siempre entre las ovejas y el Padre: “nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre”. La superioridad y poder del Padre son invencible: “nadie” puede con Él y por lo tanto quien se deja conducir por este Pastor tiene la certeza de una relación y unos cuidados eternos que nada ni nadie podrá destruir ni arrebatar jamás. Nuestra vida está en manos seguras y su protección es más fuerte que todas las fuerzas del mal que traen la ruina y la destrucción. La seguridad que brinda este verso es increíble. Se trata de una promesa cuyo núcleo es el amor de un Pastor que resguarda al amado de todo peligro encomendándolo a las manos de quien es “superior a todos”. La comunión de Jesús con sus discípulos se deriva de la relación primera de Jesús con el Padre y está resguardada –en última instancia- por el poder del Padre. El Padre “me los ha dado” es una forma concreta de expresar el amor del Padre por Jesús: todo discípulo está involucrado en el amor del Padre por Jesús. En definitiva, el desafío es descubrirse a sí mismo como “don” que el Padre le hizo al Pastor Jesús.

    Ahora bien, la inquietud inicial de los fariseos era saber si Jesús era (o no) “el Cristo”, es decir, si Jesús era (o no) el Ungido de Dios. La respuesta de Jesús fue muy clara y contundente. El Padre no sólo le dio la unción sino además le puso en sus manos todo el Redil de los que quieran escucharlo y seguirlo. Su vida entera está en función de las ovejas. Jesús no sólo es el Cristo sino que es una sola cosa con el Padre. El último verso de la aclaración de Jesús, sin duda sobrepasa la pregunta.: “El Padre y yo somos una sola cosa” (v.30). Jesús y Dios Padre son “uno” en sus intenciones y en su acción. Por lo tanto el amor de Jesús a sus discípulos está sustentado por esta indestructible unidad. Nuestra amistad con Jesús se beneficia del amor poderoso de Jesús con el Padre. De esta forma el pastoreo de Jesús tiene garantía: podemos confiar en Él porque bajo su dirección lograremos la meta de nuestra vida: llegar a las manos del Padre. Esto que para nosotros es la mejor noticia que Jesús nos podía dar, no la pudieron soportar los fariseos que ahora parecen haber entendido el mensaje y por eso tomaron piedras para apedrearlo considerándolo un blasfemo (vs.31-33).
  • Reflexión
  • ¿Qué significa en mi vida que Jesús sea el Pastor? ¿Cuándo y cómo me lo demuestra? ¿Qué espero que haga por mí? ¿Qué sentimientos suscita en mi corazón la imagen de Jesús Pastor?
    ¿Qué significa ser oveja del redil de Jesús Pastor? ¿Cuándo y cómo se lo demuestro? ¿Me siento segura/o de Él? ¿Soy capaz de abandonarme completamente en sus manos? ¿Qué significa “seguir” a Jesús Pastor? ¿Qué implica para mí su estilo de vida?
    ¿Cómo transparento el rostro de Jesús Pastor en el liderazgo que se me haya encomendado dentro de mi familia, de mi comunidad, con mis amigos o en algún otro ámbito donde tenga responsabilidades? ¿En qué aspecto debo crecer?
  • Oración:  orar con los primeros versos del Salmo 23 (22)
    23,1: Salmo de David. El Señor es mi pastor, nada me falta.
    23,2: En verdes praderas me hace reposar,
    me conduce a fuentes tranquilas
    23,3: y recrea mis fuerzas.
    Me guía el sendero adecuado
    haciendo gala su oficio.
    23,4: Aunque camine por lúgubres cañadas,
    ningún mal temeré, porque tú vas conmigo;
    tu vara y tu bastón me defienden.
    23,5: Preparas ante mí una mesa
    en presencia de mis enemigos;
    Me unges con perfume la cabeza,
    y mi copa rebosa.
    23,6: ¡La bondad y el amor me escoltan
    todos los días de mi vida!
    Y habitaré en la casa del Señor
    a lo largo de mis días.

    Hacemos un momento de silencio y reflexión para responder al Señor. Hoy damos gracias por su resurrección y porque nos llena de alegría. Añadimos nuestras intenciones de oración.
           Amén.
  • Interiorizo la Palabra de Dios:  Repetimos varias veces esta frase del Evangelio para que vaya entrando a nuestro corazón:

    «Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen»
    (Versículo 27)

    El texto nos invita a disfrutar de un ámbito cálido, de una gran familiaridad con Jesús Pastor. Él conoce nuestra historia, nuestras dificultades, nuestros defectos y todas las características de nuestra personalidad. Reposemos en su corazón mientras meditamos con el canto: 
  • Buen Pastor” .

    Y así, vamos pidiéndole al Señor ser testigos de la resurrección para que otros crean.
  • Me comprometo
  • Si estoy solo, identificar las veces que Jesús me ha demostrado que es mi pastor y que me provoca en mis sentimientos, en mi vida, además buscar ser pastor de alguien.

    En el grupo, Buscar a las ovejas, es decir a mis amigos, a mis hermanos y proponernos ir a algún lugar a buscar otras ovejas para el Señor
2. Aprende y colorea:


3. Ve el siguiente vídeo ¿A quién sigues? después coméntalo con tus padres y catequistas:
4. Realiza el puzzle:
RECEMOS POR NUESTROS PASTORES
QUE SEAN SIEMPRE 
SEGÚN EL CORAZÓN DE JESÚS

jueves, 8 de mayo de 2025

HABEMUS PAPAM 08/05/2025

Robert Prevost, Papa León XIV

La teóloga argentina Emilce Cuda, alguien que ha trabajado con el Cardenal Robert Francis Prevost  desde que este fue nombrado prefecto del Dicasterio de los Obispos, describe con claridad el perfil del Nuevo Papa León XIV:

-HOMBRE DE CONFIANZA DE FRANCISCO: La teóloga subraya que “Francisco dio muchas señales que depositaba en él su confianza”, una afirmación que nace de su cercanía con el último pontífice, con quien trabajó directamente. De hecho, afirma, Francisco “lo puso en uno de los lugares claves de la Curia romana, que es el dicasterio de obispos”. A ello se une que fue nombrado cardenal obispo, lo que le hizo crecer exponencialmente en el escalafón del Colegio Cardenalicio.

-PERSONA VALIENTE: Entre las capacidades del nuevo Papa, Cuda resalta que “es una persona valiente”, algo que dice haber visto en varias ocasiones, “donde no tuvo miedo de tomar esas decisiones y hacerse cargo de las consecuencias que pudiese haber”. Junto con ello, le define como “una persona sensible, pero al mismo tiempo, es afectivo, que se ríe, que cuando uno le cuenta algo que es irónico, él rápidamente larga una carcajada. Cuando lo conocí no pensé que podía ser Papa, pero me llamó la atención esa frescura con la que espontáneamente se ríe de la ironía, de los chistes. Y eso habla de una persona espontánea, de una persona natural. Siempre tiene una sonrisa en la boca”.

-CONTINUADOR DEL PROCESO DE CAMBIO: Cuda dice que no se puede, ni se pretende, “hacer un culto de la figura de Francisco, como se ha hecho de otros pontífices, es seguir el proceso, lo cual implica un cambio también. Hay una continuidad en el proceso, pero la situación histórica cambia y ese proceso debe tener la flexibilidad suficiente para adaptarse a ese cambio histórico”. Por eso, no duda en decir que “el cardenal Prevost no es de los que va a hacer un culto de Francisco, sino que va a seguir ese proceso teniendo la capacidad de decisión para hacer los cambios o las modificaciones necesarias que requiera el conflicto histórico en cada momento”.

-CONSTRUCTOR DE PUENTES: Nacido en Chicago (Estados Unidos), siendo un joven agustino eligió Perú para ser misionero en unas tierras donde llegó a ser obispo de la diócesis de Chiclayo. Al nuevo Papa se le puede considerar un constructor de puentes entre el Norte y el Sur, dado su lugar de nacimiento y de misión. Pero también alguien que ha realizado esa tarea a nivel mundial, dado que los Agustinos llevan a cabo su misión en todo el mundo. Esa es la función del obispo de Roma, ser pontífice, constructor de puentes.
                                        En Él somos uno
8 de mayo de 2025, la Iglesia Católica vivió un momento histórico con la elección del cardenal Robert Francis Prevost como nuevo Papa.

El ahora Papa León XIV es el primer pontífice con doble nacionalidad estadounidense y peruana, y cuenta con una destacada trayectoria en la Orden de San Agustín, donde se desempeñó como prior general durante 12 años.
La elección del nombre “León XIV” y su lema papal reflejan no solo su herencia espiritual agustiniana, sino también su visión pastoral centrada en la unidad de los fieles. Su lema, "In illo uno unum" ("En el único somos uno"), está inspirado en un comentario de San Agustín al Salmo 127, y resalta el compromiso del nuevo Papa con una Iglesia unida, alejada de divisiones y enfocada en la espiritualidad compartida.
Tras su elección, el Vaticano reveló el nuevo escudo papal de León XIV, cargado de simbolismo agustiniano y cristiano. En el centro destaca un corazón atravesado por una flecha sobre un libro abierto, emblema característico de la Orden de San Agustín. Este símbolo remite al amor por la sabiduría y la verdad, pilares del pensamiento agustiniano.
¿QUIÉN ES EL NUEVO PAPA?

Aprende y colorea:
¡QUE DIOS LE BENDIGA
Y GUÍE SU PONTIFICADO!